A las 12.25 de ayer el Congreso Pleno dio por finalizado uno de los trámites más simbólicos del proceso de reformas constitucionales al ratificar por 150 votos a favor, 3 en contra y una abstención el paquete de 58 enmiendas a la Carta de 1980 que, entre otras medidas, reduce de seis a cuatro años el período presidencial, elimina los senadores designados y vitalicios, modifica las atribuciones del Cosena y del Tribunal Constitucional y fortalece las facultades fiscalizadoras de la Cámara Baja.
El presidente de la camara de diputados con justa razón se refirio al historico suceso, que nos alegra y os llena de satisfacción :
“Entiendo el orgullo que debe sentir el Presidente, ya que será él quien firme y promulgue estas reformas que cumplen con el ideario trazado por los demócratas de este país. No menos orgullosos nos debemos sentir los parlamentarios de todos los partidos quienes, a través de importantes acuerdos, logramos la materialización de estas reformas. Pero, hoy, muchos sectores del país se preguntan si estas modificaciones a nuestra Constitución bastan para proclamar el término de la transición y, por tanto, la incorporación de nuestro país a un estado de plena democracia.Es cierto que ya no habrá más senadores vitalicios ni designados en Chile y el Jefe de Estado podrá remover a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y al General Director de Carabineros, por su propia decisión e informando al Congreso, sin pasar por la aprobación del Consejo de Seguridad Nacional. Este último, será un organismo meramente asesor del poder civil en materias de defensa y dejará de ejercer el rol de guardián de una institucionalidad que consagraba a las Fuerzas Armadas como sustento principal de un orden institucional autoritario. Por su parte, la Cámara de Diputados verá fortalecidas sus atribuciones fiscalizadoras.Nada más distante de nuestro pensamiento que desconocer la enorme importancia de las reformas alcanzadas, especialmente si se considera que la transición de la dictadura a la democracia en Chile ha sido la más prolongada del hemisferio, debido a la fortaleza de muchas instituciones de difícil democratización ligadas al régimen de Pinochet, y también a la presencia de un importante caudal del electorado conservador y temeroso, que todavía ve en el autoritarismo un refugio para sus inseguridades.Pues bien, la transición aun está inconclusa, y el país requiere modificar el binominalismo para tener un sistema electoral realmente representativo, que le de cobertura a todas las fuerzas políticas, que privilegie a la mayoría y respete a la minoría sin otorgarle a ésta una sobre representación. El sistema binominal impide que las opciones ciudadanas, expresadas en las votaciones parlamentarias, se reflejen en la composición del Congreso de una manera proporcional al resultado electoral. Este modelo desconoce que en la sociedad chilena priman las heterogeneidades y diversidades, fenómeno que no puede destruirse por este peculiar sistema electoral.Un segundo tema, aún inconcluso, es el de los derechos humanos. Los gobiernos de la Concertación han avanzado en aclarar algunos crímenes que empañan nuestra historia y los tribunales de justicia se han reencontrado con su deber fundamental de investigar y sancionar a quienes hirieron el alma nacional. La impunidad de los responsables de crímenes contra la humanidad afecta, sin duda, a un sistema realmente democrático. No es posible borrar por decreto la memoria histórica de un país; las sociedades futuras estarán reclamando siempre nuestra responsabilidad y no sólo a los que cometieron los crímenes, sino también a quienes callaron, a los que dejaron de hacer justicia y a los que prefirieron el manto del olvido y la seguridad del silencio.La transición habrá culminado cuando la sociedad esté legítimamente representada en el Parlamento y sus heridas del pasado estén curadas por la justicia.
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